Gunilda, mi médico hetero (lésbico), 1a parte

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Amorclandestino
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Gunilda, mi médico hetero (lésbico), 1a parte

Mensaje por Amorclandestino »

Es un relato bastante largo, pero va a merecer la pena. :oops: <3


Mi nombre es Clío. Soy una chica de 27 años. Soy bajita (mido más o menos 1,60), delgada y blanca de piel. Tengo el cabello castaño largo siempre recogido con una coleta , los labios carnosos, los ojos marrones y llevo gafas. Soy muy femenina a la par que muy sencilla. Rara es la ocasión en la que no vista con faldas y vestidos, al mismo tiempo que detesto maquillarme o llevar el pelo suelto.

Soy una chica Asperger con todo lo que conlleva. Soy muy tímida, introvertida y ansiosa. Pese a ello, no soy de hierro y tengo un lado muy sensible, sentimental y romántico, además de ser y haber sido siempre bastante débil de carácter y un blanco fácil. Soy bisexual con preferencia hacia las mujeres. No tengo ninguna experiencia en el amor ni íntima todavía a mis 27. He tenido oportunidades, pero me he negado. Soy incapaz de llegar a un punto de intimidad sin que haya sentimientos de por medio. No puedo, me parece un acto vacío.

La primera persona de la que me enamoré fue una mujer, insana y obsesivamente. Yolanda era su nombre. Un pasado que prefiero no recordar, fue una experiencia nefasta que me generó un trastorno psicológico con el que casi me arruino la vida. Me di cuenta del gran cáncer que son las apps de ligar y hasta cierto punto las redes sociales. Nada más que un gran mercado de personas como si fuéramos objetos. Cometí grandes errores a causa de mi falta de cautela y madurez y eso me trajo por la calle de la amargura.

Transcurre un breve período de tiempo en mi vida que a mí se me hace muy largo por los cambios que experimento a muchos niveles. Entonces, aparece ella en mi vida. Y me vuelvo a enamorar. Gunilda es su nombre. Nombre de raíz germana y de mujer fuerte, guerrera, independiente y empoderada de las de verdad, no como muchas hoy en día, que se ponen esta etiqueta y no son más que «Charos» y «Karens» locas del coño.

Gunilda es una hermosa mujer madura, casi unos veinte años mayor que yo. Su bravía cabellera castaña y ondulada leonada cada vez más larga con flequillo recto, que acentúa su belleza y su sensual esencia de mujer. Su profunda y felina mirada de unos preciosos ojos cafés con un intenso brillo lleno de vitalidad y su radiante sonrisa llena de vida, como el destello de dos estrellas y de un pedazo de luna en la oscura noche de mi soledad. Tiene la mirada y la sonrisa más bellas que he visto nunca. Lleva gafas. Su voz, con la que transmite una paz y una dulzura increíbles y, sin percatarse, una gran sensualidad.

Además, es muy y muy alta (mide entre 1,85 y 1,90), de tez blanca, gordita y bien proporcionada, realmente grandota, con unas preciosas manazas y unos pies increíblemente grandes para ser mujer. La verdad es que siempre me gustan mujeres que, de alguna manera u otra, subvierten los roles de género, empezando por su altura, su constitución y demás características físicas.

Es una mujer muy natural, no tiene el hábito de maquillarse (ni falta que le hace) y su manera de vestir es muy discreta y sencilla, puedo decir que bastante neutral, ni masculina ni femenina. Tal vez tirando a femenina, aunque obviamente no más que yo. También debo reconocer que yo soy capaz de verme ultra femenina al lado de cualquier otra mujer independientemente de que ella también lo sea y de su orientación sexual. Cabe decir que físicamente y hasta en el aspecto es muy parecida a Yolanda. Siempre tuve muy claro mi concretísimo prototipo.

Es mi médico de cabecera desde hace nueve meses, justamente desde el momento en el que estuve psicológicamente tan y tan mal. Ya desde el primer momento que la vi, sentí algo muy fuerte hacia ella. Mi primera visita con Gunilda fue para que me concediera una prórroga de baja por la ansiedad y la depresión. Como era ya su última hora y yo su última paciente, le expliqué todo lo que me sucedía y le acabé hablando de mi vida en general. Me desahogué, lloré muchísimo y abrí mi corazón con ella, mostrándole todo lo triste, sola y vulnerable que me sentía.

Ella me escuchó muy atentamente y con una mirada empática y comprensiva. Me dijo que no podía continuar así, que no era justo todo lo que me había pasado, que debía perdonarme mis propios errores, que me había perdido a mí misma y que necesitaba reencontrarme con mi verdadera esencia. Realmente me emocionaron sus palabras e hicieron que me saltaran más lágrimas todavía. Ella me calmó lentamente con el invicto brillo de su mirada posándose en mí, hablándome con su dulce voz y tomándome la mano. Terminamos haciendo una técnica de relajación y antes de marcharme me dio un tierno y cálido abrazo, en medio del cual pude sentir palpitaciones en mi corazón así como una intensa contracción en mi estómago. Fue definitivamente en aquel preciso instante que me enamoré de ella.

No obstante, cuando realmente nos unimos fue cuatro meses después. Tuve un fuerte accidente en la calle que además se me juntó con mi estado de ansiedad y depresión y tuve que estar ingresada casi tres meses. Fue ella quien estuvo a mi lado en todo momento atendiéndome, cuidándome, escuchándome, apoyándome, curando mis heridas, las de la piel y las del alma. Además de mi salud física, le hablé más y más de mí, de mis problemas personales y psicológicos, de mi vida. Había algo en Gunilda que me impulsaba a desahogar mi pesar con ella. Su nobleza, su sensibilidad, su capacidad de escuchar, de comprender, de empatizar y de no juzgar.

Amo su manera de ser conmigo, tan sensible, protectora y preocupada por mí. Lo segura que me hace sentir. A raíz de haber tenido largas conversaciones entre nosotras a solas, las dos nos hemos ido conociendo y también dado cuenta de que tenemos bastante en común en nuestra manera de ver la vida, el mundo, los sentimientos. Con el paso de los días y conforme nos conocíamos, me iba percatando de la maravillosa persona que es, de que mis primeras impresiones sobre ella eran más que ciertas. Gunilda me ha brindado la confianza y el cariño suficientes para abrir más mis sentimientos hasta el punto de establecer un vínculo más personal, ya más allá de doctora/paciente.

Ahora viene lo más complicado de todo y lo que hace que lo que siento por ella no deje de ser platónico. Está recién separada y tiene un hijo, aunque soy consciente de que por muy separada que esté, por lo que me ha explicado de su vida entiendo que es heterosexual y que todo lo que siento es platónico e idealizado y sé que nada va a pasar más allá de mis fantasías (o eso creo). No obstante, por otro lado siento que con el paso del tiempo algo especial ha surgido entre nosotras, una conexión más allá de la amistad, no sabría cómo explicarlo. Lo intuyo en su mirada, en su sonrisa, en su ternura, en sus halagos, en sus abrazos, en sus caricias y besos en mi mejilla, muestras de afecto cada vez más frecuentes. Me hace sentir protegida, única, querida, algo que no sentía en mucho tiempo.

Hoy es viernes 23 de junio, víspera de San Juan. Tengo visita con Gunilda a última hora en su consulta privada, ya que compagina la sanidad pública con la privada, algo tan propio de este país por desgracia. Han pasado tres semanas desde que me dio el alta de mi ingreso hospitalario y ya la he echado mucho de menos. En algunas ocasiones durante este tiempo hemos hablado por correo electrónico y por teléfono sobre mi estado de salud, sin nada más allá de esto porque es una muy excelente profesional.

Pese a ello, cuando me habla desde su correo o teléfono personales, ya fuera de su ámbito laboral, me pregunta qué tal estoy en todos los aspectos, hablamos de nuestras cosas y nos decimos lo mucho que nos echamos de menos. Y que en nuestros mensajes ella siempre se despida con un «cuidate mucho» y un «te quiero», algo que tanto me enamora y de esta misma manera yo le correspondo, aunque con ella está más que claro que no es lo mismo hablar por correo que cara a cara. Además, realmente no vivimos cerca, porque aunque a ella en el sistema público le haya tocado trabajar aquí, reside en su ciudad natal, situada a dos horas de mi localidad. Durante unos días de la semana trabaja en la sanidad pública de mi pueblo y durante otros en su consulta privada en su ciudad.

Siento que me falta algo de Gunilda más allá de sus correos y sus llamadas. Necesito encontrarme con ella. La echo realmente de menos. Anhelo sentirla cerca, la calidez y su cuerpo junto al mío fundidos en un fuerte abrazo y sus preciosos labios sellando mis mejillas y mi frente, haciéndome sentir protegida. Extraño hablar con ella cara a cara, mirarla a sus preciosos ojos cafés, escuchar de cerca su dulce y profunda voz, su presencia, tanto física como moral. Me conformo sobradamente con esto si nada más puede surgir entre nosotras.

Son muchas las veces que mi cuerpo ha sentido intensamente ese dulce, inflamado y húmedo calor pensando en ella, dejando mi ropa interior bien mojada. Imaginando cómo sería besar sus labios, acariciar su cabello y su piel, abrazarla intensamente. Cómo sería llegar al máximo grado de intimidad con ella, sentir la opulencia de su cuerpo contra la menudez del mío, que me hiciera completamente suya haciéndome el amor siendo ella la dominante, poseyéndome, haciéndome sentir mujer siéndolo también ella.

Son las seis y media de la mañana, hora de levantarme. Me espera un largo viaje en tren de más de un transbordo. Podría salir de casa más tarde, ya que la visita es a ultima hora del día, aunque teniendo en cuenta el nefasto funcionamiento de la red ferroviaria aquí en España, es mejor ir sobradamente prevenida. Realmente me muero de ganas de verla y quiero llegar lo más pronto posible. Además, quiero pasar el día en la ciudad y hacer visitas en algunos lugares históricos destacados.

Me levanto de la cama y me dirijo al cuarto de baño para ducharme. Me desprendo del camisón de tirantes y me meto en la ducha, debajo del cabezal. Chorros de tibia agua empiezan a empapar mi cuerpo. Siento especialmente como vibra el contacto del agua con mi blanca piel en mis sensibles e hinchados pezones, ya doloridos anunciando la relativa cercanía de mi inminente menstruación. Es una agradable sensación de dolor y placer al mismo tiempo.


Conforme el agua roza dulcemente mi piel, pienso más en Gunilda y en mis ansias de verla. Imagino sus gruesas, largas y toscas manazas tomando con ternura las mías, sintiendo el dulce contraste ya que tengo unas manos muy delgadas, delicadas y con dedos de pianista. También recorriendo discretamente mis brazos y mi esbelta figura mientras me abraza cuando nos saludamos y mientras me revisa, masajeando bien mi cuerpo, piel con piel. Me imagino quitándome la ropa delante de ella en la consulta, mostrándole mi cuerpo en ropa interior.

Empiezo a sentir calor y humedad dentro de mí. Me ruborizo, me muerdo los labios y se me eriza la piel pese al agua caliente y mientras me froto con la esponja rociada de gel con perfume de jazmín, acaricio mi cuerpo imaginando que es ella quien lo hace con sus manazas mientras me besa el cuello, las mejillas y los labios. Mmmmmmm.... :oops: Es tanto el calor y la hinchazón que siento dentro de mí, que caigo rendida agachada al suelo de la bañera y empiezo a estimular mi clítoris y mi vagina con una mano y mis pechos y mis pezones con la otra imaginando que es ella quien me lo hace penetrando en lo más profundo de mi ser con sus dedazos y empiezo a gemir. :oops:

–Mmmmm... ¡Sí! Mmmmmm... ¡Gunilda! –repito varias veces, entre ardientes gemidos.

Estoy que no quepo de deseo. Transcurridos unos minutos, cambio la salida del agua del cabezal al teléfono de la ducha, me tumbo en la bañera, tomo en teléfono con el agua caliente chorreando y lo pego a mi rosa del amor. Con la otra mano continuo acariciando mi cuerpo y estimulando mis pechos y mis pezones. Y así continuo durante unos breves y largos minutos hasta que mi cuerpo no resiste más ante tanto placer y se funde en un tremendo clímax. :oops:

Termino de lavarme y salgo de la ducha. Cubro mi cuerpo con una toalla y me seco. Conforme mi riego sanguíneo asciende de mi punto g a mi cerebro, retorno a la realidad. «Es hetero, no va a pasar nada, soñar es gratis», repiten sin cesar las voces en mi interior.

Transcurridos unos minutos, habiéndome secado bien, unto mi cuerpo entero con loción corporal de perfume de rosas rojas. No acostumbro a perfumarme, pero en esta ocasión, siento un irrefrenable instinto de hacerlo. Ya inconscientemente, he elegido el champú, el gel y el suavizante que tengo con un aroma más llamativo para ducharme y ahora al salir de la ducha estoy untando mi cuerpo entero también con un delicioso aroma.

Entonces me visto. Me pongo un conjunto de ropa interior granate y un vestido floreado del mismo color que la ropa interior. Un vestido de manga larga, sencillo y elegante al mismo tiempo, se me ha encogido un poco de ponerlo en un programa equivocado en la lavadora, aunque me queda incluso mejor y más ajustado a mi fina figura. De calzado me pongo unas sandalias negras de plataforma y de accesorios un bonito conjunto de unos pendientes, unas pulseras y un collar plateados. Me recojo bien mi largo y lacio cabello castaño con una coleta, no me complico en absoluto. No me maquillo, detesto profundamente el maquillaje. Me pongo las gafas. Abro el cajón con los pocas fragancias que tengo y tomo una con un frasco rojo intenso en forma de corazón. Me rocío bastante perfume en las muñecas, las manos, el cuello e incluso en el cabello.

Me estoy sorprendiendo a mí misma, no me reconozco perfumándome de esta manera. Me paro a pensar por un instante. «¿Qué estás haciendo, Clío? ¿Qué pretendes? No va a pasar nada, no vas a conseguir seducirla, por muy separada que esté es hetero, le gustan los hombres y solo los hombres, no hay más», me repiten las incesantes voces de mi diálogo interno. Racionalmente tengo más que claro lo que hay, el «no» ya lo tengo y que lo que siento por ella no pasará de un amor platónico ya lo tengo más que claro y asumido (o eso creo), aunque mi cuerpo y mi instinto actúan de otra manera.

Ya preparada para la ocasión, tomo mi chupa negra de cuero y mi bolso del mismo color con el monedero y las llaves y me dispongo a salir de casa, rumbo a la estación de tren.

El viaje transcurre de fábula. Me encanta recorrer nuevas líneas ferroviarias, así como preciosos lugares donde nunca antes había estado. Sintiéndome más y más cerca de mi amor. En cuanto llego a la ciudad donde reside Gunilda y miro el mar, las preciosas vistas de la playa, de las espectaculares ruinas romanas, del casco antiguo y de toda la ciudad, un nudo en la garganta se apodera de mí y mis ojos empiezan a derramar lágrimas. La he echado realmente de menos.

Bajo del tren y me dispongo a hacer la obligada subida que me llevará a la ciudad, hasta que llego al casco antiguo. Había estado en lugares cercanos de la provincia, sí, pero nunca en la ciudad, que es capital de la misma. Alucino con la belleza de las calles que recorro y pienso más y más en Gunilda. Me cuesta horrores dejar de llorar. Siento demasiadas cosas por ella. Tengo ganas de que llegue última hora de la tarde, de fundirme en uno de sus tiernos y cálidos abrazos.

El día transcurre de fábula. Por la mañana visito las ruinas romanas, al mediodía voy a comer a un sencillo restaurante y a la media tarde visito algunas iglesias y la catedral. Soy una empedernida amante de la historia (sobre todo antigua y medieval), del arte y de la religión, además de ser creyente. A diferencia de la mayoría de gente de mi edad, cuando voy a pasar el día o de vacaciones en algún lugar, en vez de frecuentar bares, discotecas y demás sitios del estilo, me voy de visitas culturales a los edificios antiguos y a los museos.

La consulta de Gunilda se encuentra en el mismo casco antiguo del que, obviamente, apenas me he movido a lo largo del día. Cuando se acerca la hora, me dirijo a la consulta, caminando por las coloridas calles de esta preciosa zona de la ciudad. Se encuentra en un edificio de cuatro pisos pintado de color magenta. Las luces que anuncian la cercana e inminente puesta de sol pronuncian todavía más su invicta belleza.

Me acerco a la puerta. Llamo al timbre muy nerviosa, me tiemblan las manos como nunca antes. Ya dentro, subo las escaleras hasta el cuarto piso, donde se encuentra la consulta. Escalón a escalón, más ansiosa estoy, más temblor siento en mis extremidades, más se acelera mi pulso y al mismo tiempo, más se eriza mi piel, en especial mis pechos y mis pezones. Ya con el simple hecho de pensar en ella y en que nos veremos, siento esa extraña y agradable sensación de nerviosismo y excitación. El corazón me late a mil por hora.

Llego al cuarto piso. Ella se encuentra en la puerta esperándome y me recibe con su hermosa sonrisa y el invicto brillo de su mirada de ojos cafés detrás de sus gafas, que le dan un aire todavía más imponente. Casi me quedo sin aliento al verla. Es tan y tan hermosa. Increíblemente alta, grande, soberbia e imponente ante mí. Su larga y bravía cabellera castaña ondulada, el destello de su mirada de ojos cafés, su sonrisa, lo más bello que he visto en toda mi vida. Tan hermosa como siempre y sin ningún rastro de maquillaje. ¡Y ni falta ninguna que le hace! Totalmente sencilla, natural. Con su bata blanca, unos pantalones vaqueros más o menos ajustados a sus poderosos muslos y piernas y unas botas altas marrones de cuero, plataforma y tacón, a juego con el color de sus ojos y de su larga y ondulada cabellera. Bien discreta con su punto de sensualidad en sus seductoras botas.

Estoy que no quepo en mis mariposas en el estómago, siento calor y rubor en mis mejillas, mi piel erizada, así como mis pezones, lo que hace que mi nerviosismo y mi rubor aumenten, intensas palpitaciones en mi corazón y mis extremidades temblando como flanes, como si hubiera un terremoto bajo mis pies. Es increíble el torbellino de emociones y sensaciones que tengo al verla. Si ya soy menuda, delicada y hasta vulnerable a su lado, en este estado, todavía más.

La he echado mucho de menos, demasiado. Más que nunca. A raíz de los momentos más duros y más bonitos que ambas hemos vivido, tanto como doctora/paciente y como más allá de dicho vínculo, puedo decir que durante los tres meses que he estado ingresada he desarrollado fuertes sentimientos hacia ella. Y después de todo, estar casi un mes sin vernos se me ha hecho duro, como si me arrancaran algo dentro.

¡Dios mío, cuánto ansiaba ya un abrazo suyo! Es indescriptible lo que siento estando nuestros cuerpos abrazados. Al mismo tiempo, siento como mi tenso estado de ánimo se amaina lentamente. Mientras la abrazo, tengo mi cabeza posada entre su voluminoso estómago y sus pechos. Sus bellos y finos labios besan mi cabeza, mi frente y una de mis mejillas. Siento unas tremendas ganas de llorar y mis ojos empiezan a derramar lágrimas, algo de lo que ella se percata y al instante me toma de mis delicadas mejillas con sus manazas.

–¡Ay! ¿Estás bien, cariño mío? –me pregunta, un tanto apenada.

–Sí, estoy bien. Muy bien. Es solo que... Que te he echado mucho de menos –le respondo entre lágrimas y sollozos.

–¡Ay, mi Clío! –me dice, abrazándome de nuevo y llenando de besos mi cabeza, mi mejilla y mi frente, dejando escapar un sentido suspiro. Se nota que ella también está emocionada, aunque debe contener más sus emociones.

Siento sus grandes brazos y sus manazas recorriendo mi esbelta cintura y mi espalda. Echaba demasiado de menos esa sensación de calidez, de protección. Deseo con todas mis fuerzas que sus manazas amaran mi cuerpo entero. Tiene unas manos bien grandes y gruesas, que en primer plano sin ver a la persona portadora de ellas, no se pensaría que son unas manos de mujer.

Entonces, me toma de la cintura con su grande brazo y su manaza y caminamos por el pasillo dirigiéndonos a su consulta. Realmente me encanta este gesto de ella hacia a mí y me hace sentir muy segura.

Ya en su consulta, hablamos sobre mi estado de ánimo, de como me encuentro, de mis medicaciones y mis futuras revisiones y consultas. Amo escuchar su tierna y cálida voz, gruesa pero suave al mismo tiempo. Me transmite mucha paz. Su cabellera larga, ondulada, abundante, salvaje, como las olas de un revoltoso mar bajo el nocturno cielo iluminado por el destello de su profunda y eterna mirada, de sus ojos grandes y brillantes como dos estrellas. Su flequillo recto, como una pacífica nube en el orbe presidiendo la luz del sol, que es el destello de su hermosa e invicta sonrisa llena de vida, que además puedo recrear mientras contemplo el cielo en las noches de luna en sus fases de cuarto creciente y menguante. Su blanca piel, el sensual rubor en su rostro como besos de pétalo de rosa roja. El brillo y el café que provoca desvelos de su cabellera y su mirada de jaspe.

Es tan perfecta. Me sonrojo como siempre. Me pide que me siente en la camilla y que me debo quitar el vestido de cintura para arriba y desabrochar el sujetador, algo que hago con mucho gusto. En primer lugar, me hace abrir la boca y sacar la lengua para revisarme con un palo de madera (algo que, no sé por qué, me parece tremendamente sensual), seguidamente me ausculta y finalmente me toma la tensión. Yo sentada en la camilla medio desnuda con mi espalda casi pegada a la pared, ella de pie. Me encanta esta postura en la que estamos, muchas imaginaciones en forma de escenas románticas y altamente eróticas entre nosotras invaden mi mente. :oops:

Por momentos la miro de reojo. Siento un brillo intenso en su mirada posándose en mi cuerpo, un peculiar rubor en sus mejillas y una discreta sonrisa un tanto extraña que no sabría cómo definir, como si anhelara con desespero ocultar algo. No sé si serán imaginaciones mías influidas por las ilusiones que me hago desde la faceta más irracional de mi persona, pero... Es que parece tan real. En fin, empiezo a sentirme que no sé qué pensar ya.

Acto seguido, me tiene que masajear y mirar bien la espalda, los hombros y las costillas para ver cómo estoy de los dolores musculares que me han quedado como secuela del accidente. Me tumbo y me quedo con el vestido medio puesto de cintura para abajo y con el sujetador desabrochado de cintura para arriba. Me masajea, escribe los resultados y me pregunta si me duele o no.

Es indescriptible esta sensación de sentir el contacto de sus manazas recorriendo mi piel. Poniéndome en sus manos (nunca mejor dicho), me siento flotar en un puro y diáfano cielo azul repleto de tiernas y blancas nubes de algodón. Entonces volteo mi cuerpo para que termine de masajearme.

–Tienes un cuerpo precioso, de verdad –me dice, mirándome ruborizada.

–Muchas gracias –le respondo, entre dulces palpitaciones y mariposas en el estómago.

Entonces procede a masajear mis costillas. La verdad es que no es la primera vez que halaga mi físico y mi cuerpo. Cada vez que lo hace, me percato más de como le brilla la mirada, como se ruborizan sus mejillas y como se entrecorta su respiración. O tal vez son imaginaciones mías fruto de las ilusiones que me hago.

–Muy bien, cariño mío –me dice al terminar.
Me percato de lo sonrojadas que tiene las mejillas y de como le brilla la mirada.

A raíz de sus miradas, de su cariñosa manera de dirigirse a mí y de sus halagos acerca de mi cuerpo, esa sensación que tengo cuando percibo la atracción hacia mí por parte de otra persona se empieza a hacer patente. No dejo de sopesar la posibilidad de que sea una percepción mía influida por todo lo que siento por ella y que solamente me tiene mucho cariño y le parezco muy guapa, pero es que su manera de mirarme, el sonrojo de sus mejillas y el destello sus ojos cafés posados en mi cuerpo me dice otra cosa muy diferente de la simple admiración hacia la belleza femenina.

Todas las veces de mi vida que a mí me han asaltado estas dudas la intuición nunca me ha fallado. ¿Y si hay algo más allá del afecto? ¿Y si Gunilda no es tan hetero?

Acto seguido, se dirige al almacén para buscar varios utensilios porque al terminar tiene que administrarme una dosis de un medicamento vía intramuscular. Verla caminando de espaldas con su bata blanca, su cabello suelto y bien peinado, sus anchas caderas, sus fornidas y largas piernas y sus atrevidas botas de cuero y plataforma hace que me sonroje, que mis latidos se aceleren y que sienta ese dulce calor en mi cuerpo. :oops:

Ella vuelve con los botes y tubos con el medicamento, la jeringa y el algodón. Le da una imagen imponente que me atrae en sobremanera aunque paradójicamente sufra un poco con las inyecciones. Me pide que me siente en la camilla, ya que me tiene que inyectar el medicamento. Ya conoce muy bien mi aversión a las inyecciones y es muy cuidadosa conmigo. Debo de reconocer que finjo más temor del que realmente siento, puesto que amo en sobremanera lo protegida que me hace sentir. Amaina mi nerviosismo y mi (medio fingido) temor muy cariñosamente.

–¡Venga, cariño! –me toma de mis delicadas manos con sus manazas, sonriéndome y mirándome a los ojos presa de ternura y de instinto protector– Con todo lo que has pasado y todo lo que estás luchando, si ningún obstáculo ha podido contigo, esto todavía podrá menos. Tú puedes. Nosotras podemos. Recuerda: tú y yo somos un equipo. ¿Sí? –me hace un ligero apretón de manos y me guiña el ojo. Acto seguido, me besa la frente. El destello en su mirada y el rubor en sus mejillas continúa haciéndose demasiado patente.

Asiento, llena de mariposas en el estómago ante tantas muestras de afecto hacia mí por su parte y sintiéndome todavía más dulcemente menuda y vulnerable ante ella.

–Ahora, cuando te inyecte el medicamento, tú puedes soplar y si lo ves necesario, poner tu otra mano encima de la mía con la que te sostengo el brazo. ¿Sí?

–De acuerdo, perfecto –respondo sonrojada, con un fino hilo de voz.

Entonces me besa de nuevo la frente. A cada muestra de afecto suya, mi intuición se hace todavía más patente. No obstante, tampoco dejo al aire el beneficio de la duda. ¿Y si simplemente es una gran ternura e instinto protector al haberle mostrado mi yo más vulnerable y no atracción ni amor romántico lo que siente? ¿Y si son ambas cosas? Soy más que consciente de lo mucho que le gustan mis manos, siempre encuentra alguna ocasión para tomármelas. No solo yo amo con todas mis fuerzas sentir el contacto así como el sensual contraste entre mis manitas y sus manazas. Ambas lo amamos. Tengo la sensación de que, además del cariño, los abrazos y que me tome de la cintura con su imponente brazo mientras caminamos juntas, es principalmente esto lo que despierta una increíble química entre nosotras.

–Tienes unas preciosas manos, de verdad. Podrías tocar el piano.

–Ay, muchas gracias –le respondo con un fino hilo de voz, muy ruborizada. No es la primera vez que me lo dice.

Me suelta las manos y prepara la inyección con la medicina. Ya preparada, dirige la inyección hacia mí.

–Venga. ¿Preparada, cariño? –me dice, con una confiable sonrisa.

–Preparada –le respondo.

–Mira como sostengo tu brazo con esta mano. Ahora pon tu otra mano encima de la mía.

Lo hago sin pensarlo ni un segundo.

–Muy bien, cariño. Ahora sopla.

Entonces me inyecta el medicamento. Le sostengo con fuerza la mano y soplo. Acto seguido, me cubre el sangrado del antebrazo con un algodón con el que me aguanto con la mano y empiezo a sentirme mareada. Mi cabeza da vueltas, siento escalofríos y temblores que se acaban convirtiendo en sofocos y mi rostro palidece.

—¡Uf! Me encuentro mal.

Empiezo a suspirar de dolor físico. Me silvan los oídos y tengo una sensación de hormigueo en las manos y en los pies. Gunilda me pide inmediatamente que me vuelva a tumbar en la cama. Acto seguido, pone una mano en mi frente y otra en mi pecho para tomarme el pulso y va rápidamente a por una pequeña toalla que moja con agua fría y me la coloca en la frente sujetándomela con una mano, mientras que con la otra me toma dulcemente las manos como una manera de tomarme el pulso. Empiezo a temblar y a ponerme nerviosa.

—Como ya sabes, es un medicamento fuerte y este es el efecto inmediato, pero una vez entre en la sangre te encontrarás bien y a medida que avancemos las dosis te irás acostumbrando. Tranquila, cariño mío, tranquila —me dice, con su dulce tono de voz.

Acto seguido, Gunilda empieza a acariciarme suavemente el cabello y las mejillas, a la vez que sujeta la toalla en mi frente con su otra manaza, que por algunos instantes me la pone en el pecho para tomarme el pulso.

—Ya está. Tranquila. Respira hondo. Inspira... Espira... Inspira... Espira... —me dice unas cuantas veces con dulzura.

—Gracias... Gracias... Gracias... —le respondo, agonizante.

—Te doy un vaso con agua y una Biodramina —me dice en un momento dado. Se dirige hacia una estantería de la que toma un pequeño vaso de color blanco con un corazón rojo dibujado y acto seguido hacia la máquina de agua, juntamente con la pastilla que toma de un bote. Después vuelve hacia mí.

Intento levantar la mitad de mi cuerpo para sentarme en la camilla. Nada más hacerlo, todo me da vueltas, vuelvo a percibir mi vista algo borrosa y a sentir que me silvan los oídos, además de una sensación de adormecimiento y hormigueo en mis extremidades.

—Muchas gracias —me da el vaso e intento beber. Me vuelvo a sentir mareada y por un momento casi derramo el vaso, solo me ha alcanzado tiempo para tomarme la pastilla.

—Uy, te veo mal, te veo mal aún. Túmbate, túmbate, tranquila. Tú estate tranquila sobre todo.

—¡Uf! Todavía no puedo levantar mi cuerpo. No puedo sentarme. A la mínima me mareo —le digo, entre sollozos de malestar físico.

—De acuerdo, Clío. Venga, calma. Tómate tu tiempo para recomponerte. No pasa nada. Cuando te encuentres mejor ya sabes.

Sigue sosteniendo la pequeña toalla de agua fría en mi frente y acariciándome. ¡Qué segura me hace sentir esta mujer! Poco a poco, mi angustia y mi malestar se van disipando y mi rostro recupera el color. A medida que me voy encontrando mejor, me concentro más en ella. Sus dulces caricias. El destello de su cabellera y su mirada de jaspe. Su cálida voz hablándome con ternura. La misma sensación que contemplar el mar en calma, escuchando el sonido del pacífico oleaje y sintiendo una suave brisa acariciando mi rostro. La misma sensación que tomar una taza de chocolate negro bien caliente con un corazón grabado en la espuma.

—Te encuentras mejor, ¿verdad? —me pregunta, con una tierna sonrisa mientras me acaricia las mejillas y el cabello.

—Sí, me encuentro mejor. Muchas gracias por todo lo que estás haciendo y haces por mí, de verdad. Por todo y por tanto —le respondo.

Voy levantando mi cuerpo y bebiendo lentamente el agua que me ha dado, poco a poco, sorbo a sorbo, mientras ella me mira con afecto y con este rubor y brillo en su mirada que todavía dudo de cómo descifrar.

—¡Eres una campeona! —me dice. Acto seguido, me da un beso en la mejilla. Yo sonrío y me sonrojo. Siento mi estómago y mi vientre ya contraídos de tantas mariposas.

Entonces, Gunilda va recogiendo las cosas mientras yo me visto. Me fijo en ella. Es tan y tan hermosa. La miro disimuladamente y sonrojada, no sabiendo qué cara poner, sin sonreír, apretando mis carnoso labio inferior hacia dentro y mordiéndolo sensualmente. Me fijo en su larga cabellera castaña y ondulada con flequillo recto, en sus fornidas y largas piernas por debajo de sus pantalones tejanos, en sus botas altas marrones de cuero, plataforma y tacón grueso, bien combinadas con el color y el brillo de jaspe de sus ojos y de su cabello.

«¡Qué mujer, qué diosa!», pienso. Me sonrojo todavía más. De nuevo, mi corazón se acelera, mi respiración se agita y mi cuerpo se estremece. En pocas palabras, vuelvo a sentir calor. Por un instante, nuestras miradas se encuentran y ella se sonroja, entrecierra sus ojos y me lanza esa sonrisa que no sabría cómo descifrar, entre tímida y seductora, de sentirse deseada y tal vez de deseo hacia mí, la misma sonrisa nerviosa que mientras me masajeaba.

En repetidas ocasiones me ha sorprendido mirándola de esta manera. Tengo la sensación de que ya se percata de mi atracción hacia ella. Sabe de sobras de mi bisexualidad y de mi atracción preferente a las mujeres ya que le expliqué el detonante principal de mi depresión, que era todo por lo que pasé por la primera mujer de la que me enamoré (limerencia, dependencia emocional, en resumen, TOC), a lo que me escuchó atentamente y terminé llorando desconsoladamente entre sus brazos, sus dulces palabras de consuelo y sus besos en mi frente y mi mejilla.

Ella, por su parte, en esta misma conversación me dijo que había tenido solo relaciones con hombres en toda su juventud y que ha estado casada con un hombre durante bastantes años, con el que ha tenido un hijo ya adolescente rozando la mayoría de edad, por lo tanto, es más que obvio que es heterosexual y a su edad y siendo una mujer totalmente hecha y derecha, es difícil que eso cambie. También me explicó que lleva dos años divorciada del que fue su marido, aunque han quedado en buenos términos y a día de hoy se llevan bien, simplemente porque ambos ya no sentían lo mismo, como que «se acabó el amor», aunque esto no significa que se tengan que odiar ni llevar mal. No obstante, por muy divorciada que esté, en teoría sigue siendo heterosexual, nada cambia. Eso, naturalmente, me derrumba un poco, sí, pero bueno, que le vamos a hacer. Como buena Asperger ya estoy demasiado acostumbrada a los amores platónicos y no va a ser menos ahora.

La faceta más racional de mi persona me repite con sus incesantes y castigadoras voces que no debo hacerme ilusiones, que solo me tiene un gran cariño y simpatía porque me ve muy vulnerable, que es hetero y que punto y final. Pese a ello, siento que con el paso del tiempo y todo lo vivido, se ha ido mostrando cada vez más cercana, cariñosa y protectora conmigo. Además, sus muestras físicas de afecto hacia mí (abrazos, carícias, besos...) son ya muy frecuentes, tal vez demasiado. ¿Y si es que simplemente me tiene mucho cariño y ella acostumbra a ser así con sus pacientes?

No pretendo hacerme ilusiones, aunque, ay, no sé. ¡Es inevitable no hacérmelas! Es que por otro lado siento que está surgiendo una obvia (al menos para mí) química entre nosotras y esto, obviamente, despierta en mí un atisbo de esperanza. Minuto a minuto y mirada a mirada, tengo la sensación de que se percata de mi atracción y de mis sentimientos hacia ella. Aunque claro, si a ella no le interesara se mostraría más distante conmigo, cosa que no sucede, sino todo lo contrario. Mi instinto también me dice que ella jamás jugaría conmigo por el simple hecho de sentirse deseada.

Intuyo en ella algo mucho más allá del cariño hacia mí y de verme solo como una posible amiga. Lo veo en el rubor de sus mejillas, en el destello de sus ojos, en su manera de mirarme y en su respiración entrecortada estando en mi cercanía, sobre todo las veces que me ha tomado de mis delicadas manitas con sus manazas, que me ha acariciado el cabello y el rostro, que me ha besado la frente y las mejillas y todavía más cuando me ha mirado estando yo con el vestido puesto de cintura para abajo y desabrochado y sin nada más ni nada menos que el sujetador puesto de cintura para arriba. La verdad es que, hablando claro, parece que me hace el amor con la mirada, que me posee, que me hace completamente suya. Siento que hay algo más, algo más allá del cariño y que nada tiene que ver con la típica admiración de la belleza femenina por mero deleite estético.

Minuto a minuto, percibo con más claridad que aquí hay química, atracción y deseo. Deseo del bueno. Percibo lo deseada que me estoy sintiendo por su parte, que no es precisamente poco. Ahora sí que ya de manera racional, empiezo a llegar a la conclusión de que esta química que se respira entre ambas puede dar paso a algo más. Y, sobre todo, que este «algo más» no es precisamente unidireccional. ¿Y si Gunilda, pese a ser hetero, sintiera también algo? ¿Y si Gunilda no es tan hetero como pienso? La verdad es que mi monólogo interno respecto a sus sentimientos hacia mí va cambiando gradualmente y de manera radical y esto son ya palabras mayores. Esa dulce, cálida y creciente llama de esperanza e ilusión arde cada vez más y más dentro de mí.

Una vez estoy vestida, se vuelve hacia mí, que sigo sentada en la camilla.

—Si ves que te encuentras mal, tómate la Biodramina transcurridas ocho horas –procede a darme uno de sus botes con pastillas Biodraminas– Ahora vuelves a casa, tranquila, sin prisas... O... Si quieres te acompaño yo a la estación donde debes tomar el tren, que pronto va a oscurecer y además son vísperas de San Juan y es todo más inseguro. En fin, como lo veas mejor. Además, vives lejos y tienes que subirte al último tren, ¿verdad? —me dice, mientras me mira con gran afecto y acaricia mi cabello y mi mejilla. Me encanta lo protectora que es conmigo. Yo me sonrojo y siento que mi corazón y mi estómago dan definitivamente un vuelco.

—Vale, como quieras, te lo agradezco —le digo.

—Como te vaya mejor, sin compromiso —me dice, afectuosamente.

Sigue acariciando mi cabello y mis mejillas. Me sonrojo todavía más. Sonrío. La miro tímidamente. Mi corazón late con fuerza. Mi cuerpo se estremece todavía más. Llegadas a este punto, es ya más que obvia la química entre nosotras y es ya imposible que ella no sienta lo mismo.

–O... Si quieres puedes quedarte a cenar y a dormir a mi casa –me dice repentinamente.

Asombrada me quedo.

–¿Seguro que te va bien? Lo digo por tu hijo y por no darte más faena.

–¡Sí, descuida! Mi hijo está con su padre esta semana.

–Sí. Bueno... Vale... Como quieras –balbuceo tímidamente, haciéndome la indecisa. En el fondo estoy que no quepo en mis ganas.

–¡Perfecto pues! Termino de recoger mis cosas y nos vamos. Además, al ser vísperas de San Juan salgo más temprano. Podemos ir a pasear un rato por la ciudad y después vamos a mi casa. ¿Qué te parece? –me mira con una amplia sonrisa. Intuyo una inmensa alegría en su rostro y en su voz.

–Me parece muy bien, muchas gracias de verdad –le digo, con una sonrisa de oreja a oreja.

Acto seguido, me abraza con fuerza y me besa la cabeza y la mejilla. Me asombra como busca constantemente el contacto con mi cuerpo. Se me eriza la piel inevitablemente, en especial mis pechos y mis pezones por debajo del vestido. Siento humedad en mis braguitas. Estoy realmente excitada con solo sentir el roce de nuestros cuerpos, además de mi enamoramiento y deseo hacia ella y de su cada vez más obvio deseo hacia mí. Un torbellino de sentimientos y sensaciones demasiado intenso.

–Ay. Pero un momento. –me dice– A ti, los petardos...

–La verdad es que me dan miedo –le respondo tímidamente a modo de interrupción con un meloso y suave tono de voz.

Los petardos sí que me dan realmente miedo, esta vez no finjo. Me está mal decirlo, pero reconozco que amo mostrarme ante ella como una damisela en apuros.

–Entiendo perfectamente que siendo Asperger como eres seas especialmente sensible a los sonidos fuertes y repentinos. Tranquila, no estás sola, estarás conmigo, no temas –me toma la mano y me besa la frente.

Acto seguido, procede a quitarse la bata. Entonces me fijo más y más en ella. Lleva puesta una camisa abotonada de manga larga de color marrón con topos blancos, totalmente a juego con su cabello, su mirada y sus seductoras botas de plataforma y taconazo. Mi mirada se va directa a sus pechos, ahora sí que puedo fijarme mejor y lo que intuyo me encanta en sobremanera. Tiene unas tetas realmente grandes y bien puestas y me fijo discretamente en la senda que mena hacia ellas. :oops:

Transcurridos unos segundos, se voltea y mi mirada se va directa a sus piernas con las botas altas de cuero bien ajustadas, a sus pantorrillas, a sus anchas caderas y a sus preciosas y abundantes nalgas por debajo de sus pantalones. Estoy salivando, en todos los sentidos. Entre otras sensaciones, siento mayor salivación en mi boca y mayor humedad en mis braguitas.

Me imagino recorriendo su cuerpo entero y sus grandes pies con las botas y demás calzados de plataforma y tacón con mis manos, con mi boca y con mi lengua y quedándome sin aire entre tanta y tanta abundancia y voluptuosidad, como si no existiera un mañana. ¡Uf! :oops: Deseo con todas mis fuerzas amar su cuerpo como si no existiera un mañana, durante toda la eternidad. Y si en esta vida no alcanza, durante toda una otra vida.

Transcurridos unos minutos, ella se pone su chaqueta, una chupa de cuero marrón totalmente a juego con sus botas. Se viste de una manera discreta e informal y al mismo tiempo lleva unos calzados muy atrevidos y sensuales. Al mismo tiempo, yo me pongo mi chupa de cuero negra, totalmente a juego con mis sandalias negras de cuero y que me hace verme muy bien con mi vestido granate, discretamente ajustado a mi cuerpo.

Tenemos un estilo bastante distinto. Ella más bien informal, yo más bien fina y formal. Irónicamente, debo decir que dejándonos llevar por estereotipos y por nuestro aspecto, cualquiera diría que la lesbiana o bisexual es ella y la hetero yo, aunque tal vez debemos empezar a superar ya estas cosas. Por ejemplo algunas de mis amigas no es que sean precisamente el culmen de la feminidad y no son más heteros porque no pueden. Esto es cierto, aunque dejando ya de lado estereotipos o no, llegadas ya a este punto, cada vez dudo más de la (supuesta) heterosexualidad de Gunilda.

Ya apagadas las luces y la alarma de su consulta, cierra con llave y salimos, bajando por un grande ascensor con espejo, a través del cual nos miramos. Viendo la reflejada imagen de ambas, me percato todavía más de nuestra notable diferencia de altura y tamaño y la verdad es que es algo que me encanta en sobremanera. Me imagino cómo sería ella capaz de hacerme el amor, de poseerme, de hacerme suya. Lo que su grande y fornido cuerpo haría con mi menudo cuerpo. Viene a mi cabeza un torbellino de imágenes románticas y altamente eróticas al mismo tiempo, tanto recientes como ya anteriormente fantaseadas. Mi puro instinto concibe una relación entre ambas siendo ella la dominante.

Llegamos a la planta baja y nos dirigimos a la calle. El cielo es claro y todavía no se escucha demasiado ruido. Para haber entrado recientemente al verano, no ha llegado todavía el calor. Paseamos por el casco antiguo de la ciudad y por momentos, me toma de la cintura con su brazo. Es más que obvio como busca el frecuente contacto con mi cuerpo.

Vamos a visitar las iglesias, la catedral y las espectaculares ruinas romanas, algo que yo misma propongo. No me importa en absoluto visitar de nuevo estos preciosos lugares y todavía menos en su compañía. Le explico el contexto histórico, religioso y artístico de cada cosa que vemos, un conocimiento que controlo más yo que ella, que me escucha muy atentamente, mirándome bien a los ojos, entendiendo muy bien mi pasión por estos temas. Es interesante el intercambio de conocimientos que hemos hecho las dos, cada una con lo que más le apasiona, yo sobre esto, ella sobre salud, terapia y medicina.

–¡Ay, mi Clío! ¡Mi diosa, mi musa de la historia! Tienes un nombre realmente precioso, además de definirte a la perfección –me dice en un momento dado, saliendo de una de las ruinas romanas, el último lugar que visitamos.

–Sí, no eres la primera persona que me lo dice... Muchas gracias –le digo, sonriendo tímidamente.

Me ruborizo. La verdad es que me ha encantado en sobremanera que se haya referido a mí como «mi diosa» y «mi musa».

–Yo también era como tú de pequeña y de joven. Como ya te expliqué, yo, sin ser Asperger, también fui siempre un tanto fuera de lo común. Como tú, tenía muchas inquietudes y ansias de conocimiento y mientras mis compañeros de clase jugaban y socializaban, yo siempre estaba horas y horas en la biblioteca leyendo libros y revistas y viendo documentales, en mi caso de ciencias, biología, química, enfermería y medicina.

–Esto después lo agradeces con los años.

–Exactamente. Y cierras muchas bocas de quien te dice que eres rara y te hace la vida imposible –deja escapar un suspiro.

–Así es, Gunilda. Cuando la gente ve algo diferente en una persona ya va a por ella. Por lo que hablamos, ambas lo sabemos muy bien.

–Así es, cariño, así es.

Ya ha oscurecido bastante. Saliendo del anfiteatro, hemos recorrido el parque de al lado, que hace subida hasta llegar de nuevo a la calle. Después hemos pasado de nuevo por la zona del circo romano, los hoteles y la gran rotonda y nos hemos adentrado de nuevo al casco antiguo hasta llegar a la rambla principal de la ciudad, concretamente al extremo a tocar al mar, limitado por una barandilla al encontrarse en altura. Es en este lugar y en este preciso instante que escuchamos el fuerte y súbito sonido de tres petardos demasiado cerca de mí, casi tocando mi pie, con muchas voces y risas de fondo, tanto de hombres como de mujeres.

–¡AH! ¡DIOS MÍO!! –lanzo un fuerte grito, mientras me sobresalto de mala manera. Escucho un montón de risas a coro. Ni tan siquiera se han dignado a disculparse. ¡Asco de gentuza que llega a haber por la calle!

Sin pensarlo ni un instante, Gunilda me toma de la cintura y me abraza con fuerza. Siento mis latidos a mil por hora y empiezo a temblar entre sus imponentes brazos.

–Tranquila, tranquila, calma, calma... –me dice tiernamente.

Entonces, mientras me abraza, desvía la mirada hacia la gente que ha tirado los petardos sin miramiento alguno, a la que se dirige sin pensarlo y se encara con ellos. Me defiende.

–¿Se puede saber de qué cojones vais??? ¡No tenéis vergüenza ninguna!!! ¡Os podéis meter los petardos por donde yo me sé!!! ¡A ver si reventáis, en todos los sentidos!!! ¡Panda de cobardes, desgraciados e hijos de mala madre!!! ¿Sabéis lo que voy a hacer yo con estos petardos??? ¿Lo sabéis??! –les dice voz en grito, presa del enfado.

Yo me quedo detrás, presenciando asombrada como se encara a ellos. No me resultaba fácil imaginarme a Gunilda enfadada. Se la ve una persona muy noble, calmada, dulce y sensible, pero uy cuando se enfada... Entonces sí que sus demonios internos ven la luz. La verdad es que estoy alucinando mucho.

Acto seguido, presencio asombrada como a la fuerza les arrebata los petardos del banco y de las manos y como presa del enfado los lanza por la barandilla hacia la playa.

–¡Hala! ¡Ahora ya podéis correr a buscarlos, desgraciados!!! –les grita.

Entonces, empiezan a gritarla y a insultarla.

–¡Eh! ¡Cuidado conmigo, porque vais a ser los siguientes! ¡Mucho cuidado conmigo si no queréis vosotros también salir volando de una patada!! ¡A mí, si me buscan, me encuentran!! –les grita, con suma desfachatez– ¡Venga, vamos, Clío, cariño, son una panda de desgraciados!.–me dice, en medio de un suspiro y en un tono de voz dulce y dolorido al mismo tiempo mientras me toma de la cintura con su brazo.

–¡Lesbianas de mierda! –nos grita con desprecio una voz masculina de la misma muchedumbre.

–¡Eso, eso! ¡Seguro que tú eres la típica lesbiana que va de macho por la vida!!! –le grita a Gunilda una voz femenina.

–¡Cobardes desgraciados de mierda!! –les grita.

Mientras les responde, miro de reojo como estando ambas de espaldas a ellos, Gunilda les levanta el dedo del medio con desfachatez mientras que con el otro brazo y la otra mano continúa tomándome de la cintura y haciendo caso omiso a los comentarios, nos alejamos de la repulsiva muchedumbre que nos está importunando.

Conforme nos adentramos en la rambla, escuchamos en la lejanía como corren todos bajando hacia la playa para buscar los petardos que les ha lanzado Gunilda. Se nota que Gunilda les ha parado los pies a base de bien y que no se han atrevido a más. Aunque me encanta que me defienda y me proteja, no puedo evitar sentirme culpable y mal por ella.

–Ay, lo siento mucho. Siento mucho ser tan miedosa y no saber defenderme, de verdad. No quiero que te metas en líos con nadie por mi culpa, de verdad.

–¿Yo? ¿Meterme en líos? ¿Con esta gentuza cobarde? ¡Bah! Además, por defender lo que es justo y por alguien a quien quiero no me importa meterme en líos. Sobre todo, nunca te disculpes por ser tú, de verdad.

Pese a que estos comentarios han sido hechos con toda la mala fe, en el fondo no he podido evitar ruborizarme y sentir como mi piel se erizaba y mi estómago se contraía al escucharlos. En pocas palabras, debo reconocer que me han gustado. La verdad es que no solo la veo yo esta química y atracción mutua. Llegadas a este punto, es demasiado obvia.

Caminamos rambla arriba tomándome ella de la cintura, hasta llegar casi al centro de la ciudad, donde tiene el coche aparcado. Un coche negro bastante grande pero sencillo. Toma las llaves y abre los seguros. Acto seguido, se dirige al lado del copiloto y me abre la puerta.

–Ya puedes entrar –me dice, sonriéndome. Alucinando estoy.

–Muchas gracias –le digo, ruborizada.
Se sube ella y arranca. Me encanta verla conduciendo. Ver sus manazas al volante. Vamos rumbo a su casa, que se encuentra en una urbanización en las afueras de la ciudad, situada en la montaña.

Después de haber recorrido casi toda la ciudad y una subida bastante pronunciada, llegamos a su casa. Aparca el coche, nos bajamos y entramos. Una casa de dos pisos, sencilla y bonita, sin lujos ni pretensiones. Al entrar por el portal, la casa tiene un jardín bastante sencillo y una piscina de cubo. Ya dentro de la vivienda, en la planta inferior hay la cocina junto al salón comedor y un baño y en la planta superior, otro baño, su cuarto y el de su hijo.

–Esta es mi casa, de mi propiedad. Mi poder adquisitivo me permitiría tener algo más grande y caro, pero yo soy una persona muy minimalista y sencilla, no me gustan los lujos, ni vivir de aparentar ni presumir de nada.

Me encanta escuchar esto de ella.

–No sabes cuánto te entiendo. Nunca entenderé a la gente materialista y amante del dinero y del lujo. Se vive mucho mejor con menos y con lo mínimo.

–Así es, Clío, cariño. Más que amantes del lujo, son amantes de vivir de cara a la galería y de creerse los reyes del mambo. Y envidia cero, que quede claro. ¡Todo lo contrario! –me dice, mientras se va quitando la ropa.

Se desprende botón a botón de la camisa marrón con topos blancos. Puedo ver más y más sus grandes y preciosas tetas cubiertas con un sujetador de rayas marrones y negras en forma de top. Acto seguido, se baja lentamente los pantalones vaqueros. Puedo ver más y más su gordita barriga, sus colosales piernas y muslos, sus anchas caderas y sus grandes y preciosas nalgas, cubiertas con unas braguitas a conjunto, en forma de culotte y con partes de colores marrón y negro separadas por franjas.

Conforme su hermoso cuerpo de abundantes curvas se desprende de la ropa, prenda a prenda, mis mejillas se sonrojan y mi respiración se entrecorta más y más. Su sexy conjunto, totalmente a juego con su cabellera castaña, sus preciosos ojos cafés y sus seductoras botas marrones de cuero, plataforma y tacón. Se queda sin nada más ni nada menos que con este conjunto y con las botas. Está tremendamente sexy y poderosa. :oops: Acto seguido, se quita las botas y las medias dejando ver por primera vez sus grandes y bonitos pies poniéndose unas atrevidas chanclas de cuero y plataforma. Siento ganas de oler y besar sus pies y esos calzados. ¡Uf! :oops: :oops: Estoy salivando y más ruborizada que nunca, en todos los sentidos.

Me siento tremendamente en tensión y empapada. La miro disimuladamente con deseo, con morbo. Ella parece que se percata de mi perturbación, se sonroja y me lanza una mirada felina con los ojos entreabiertos y una discreta sonrisa, deliciosa y ardiente al mismo tiempo. Mmmmmm... Siento unas tremendas ganas de amar su cuerpo como si no existiera un mañana.

Acto seguido, se pone una camiseta ancha negra de manga corta, muy sencilla y de estar por casa. Nos sentamos en el sofá. Entonces, partiendo de lo que estábamos hablando sobre gente materialista, ambiciosa y narcisista, fluye entre nosotras una interesante conversación reflexionando sobre la vida y la sociedad modernas en la que tocamos temas de lo más variopintos pero al mismo tiempo muy relacionados entre si: psicología sobre la sociedad y las relaciones líquidas, filosofía, religiones, política, ideologías, de como han cambiado la vida y la sociedad en cuestión de pocas décadas, de como puede llegar a ser la gente, entre más cosas. Irónicamente, ella tiene una visión de la vida tal vez más moderna y yo más conservadora pese a ser más joven, aunque coincidimos en muchas cosas.

A base de conversar, descubrimos más y más que ambas somos personas sencillas, nobles, sensibles y que pese a los duros golpes que nos ha dado la vida no perdemos ni perderemos nunca nuestra esencia, nuestro verdadero ser. Conforme avanza la conversación, me percato de como ella me abre su corazón más y más, mostrándose también vulnerable, sobre todo cuando me explica todo el acoso escolar que sufrió y como le afectó, hasta el punto de terminar ambas llorando abrazadas. Es por esta razón que Gunilda es la mujer más noble, sensible y cariñosa que puede alguien encontrar y al mismo tiempo la mujer más brava y temida cuando la atacan a ella o a lo que más quiere.

Entonces pasamos a reflexionar sobre las relaciones personales: la amistad, el amor de familia, el enamoramiento, el amor de pareja. Tocando estos dos últimos temas, me habla de cómo se siente ella cuando se enamora. L Lentamente sus pupilas se dilatan, sus ojos brillan y sus mejillas se sonrojan. La verdad es que se nota demasiado que en este momento está enamorada.

Entonces, yo le hablo con más detalle de todo lo que llegué a sentir hacia Yolanda, la otra mujer de la que estuve enfermizamente enamorada y le enseño fotos suyas, concretamente su perfil en una red social. En cuanto las ve, pone una cara un tanto extraña, ruborizada. ¿Habrá notado un gran parecido físico con ella?

–Pero a ver –me mira y me sonríe tierna y pícaramente– ¿Eres de fijarte en mujeres muy diferentes entre si o de no gustarte en general sino de tener tu concreto prototipo?

Siento como discretamente empieza a acercarse más y más a mí tomándome de la cintura, acariciándome el cabello, el cuello y la espalda con su grande brazo y su manaza. Empiezo a ponerme tensa y me sonrojo. Es más que obvio que me está poniendo dulcemente contra las cuerdas.

–Pues tengo mi concreto prototipo, sí –le respondo, agachando la mirada con gran timidez.

–Por todo lo que me has explicado de ella, se nota que te gustaba mucho –me dice, mientras continua acariciándome.

–Sí, aunque fuera muy tóxico, nunca antes de ella me había enamorado de nadie.

–¿Y después de ella? –me pregunta con una voz muy sensual mientras que sus caricias se centran más en mi cuello, mi mejilla y mi cabello y acerca más y más su rostro al mío.

–Pues yo... –respondo sonriendo con gran timidez y tremendamente sonrojada, agachando más y más la mirada.

Y no hace falta decir nada más.
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