Es entonces en este preciso instante que me besa. Nos besamos. Mediante el roce de nuestros labios, sentimos el intenso y acelerado pulso de nuestros corazones. Ambas tenemos los nervios a flor de piel. Nuestro primer beso. Mi primer beso. A mis veintisiete primaveras nunca antes había probado el dulce sabor de unos labios. Es indescriptible lo que he sentido rozando mis labios con los suyos, bien finos pero dulces como la miel y ardientes como un paradisíaco infierno.
Habiéndonos besado por primera vez, nos miramos fijamente, sin saber bien qué decir. Gunilda está tremendamente sonrojada, respira de manera entrecortada. Transcurridos unos segundos, decide romper el silencio.
–Yo... A mí no me gustan las mujeres. O nunca antes me había fijado en una mujer... Pero... Pero no sé qué me está sucediendo contigo. Tú eres diferente. Contigo me siento diferente, como que aflora una faceta de mí que desconocía. A cada instante me he sentido más y más tentada de besar estos preciosos y sensuales labios que tienes. Eres hermosa, Clío, en todos los sentidos. Te lo digo de verdad. Yo te deseo. Te amo, Clío.
–Te deseo desde la primera vez que vi esta mirada de ojos cafés, esta sonrisa tan hermosa, esta larga y bravía cabellera castaña y lo increíblemente hermosa y sensual que eres, desde la primera vez que escuché tu dulce voz, desde la primera que vez que me encontré entre tus brazos, aunque en dicho momento estuviera inmersa en profundo llanto. Desde que te conocí, mis sentidos se ponen cada vez más y más en alerta en tu presencia. Eres increíblemente hermosa, Gunilda. Interior y exteriormente. Has llegado en el momento oportuno, cuando la vida me ahogaba. Me has devuelto las ganas de vivir. Te deseo, te adoro, te amo.
–Ya lo sé, amor mío. Siempre lo supe. Te amo, mi princesa, mi doncella, mi reina, mi musa, mi hermosa Clío.
Ambas nos besamos abrazadas y sentadas en el sofá. Una y otra vez. Cada vez con mayor intensidad. Nuestros besos siguen una escala cromática que va del rosa pastel al púrpura. Instintivamente, acercamos cada vez más y más nuestros cuerpos, hasta que yo acabo sentada de lado en su falda, acariciándole la mejilla, el cabello y el cuello, mientras que ella con su imponente brazo y su manaza me acaricia la espalda y me toma de la cintura por encima de mi vestido granate floreado y bien ajustado a mi cuerpo.
Es tanta la excitación que mi cuerpo cae rendido y bien pegado al suyo, sentada en su falda cara a cara. Siento el roce de nuestros pechos, bien endurecidos. Me toma de la cintura cada vez con más fuerza y sus manazas empiezan a recorrer mis caderas y mis nalgas, sintiendo la tentación de desnudarme. Estoy hambrienta de ella, de que me posea, de que me haga suya.
En un momento dado, tomando aire entre nuestros fogosos besos, nos miramos ardientemente. El brillo en nuestros ojos sumado con la gran química que ha surgido entre nosotras, lo dice todo. No hace falta decir nada más. Me hace una seña para que me ponga de pie sin moverme de su falda y que me vuelva de espaldas a ella. Ya sé lo que va a preceder esto. En cuestión de segundos, siento como la cremallera de mi vestido empieza a descender lentamente desde lo más alto de mi espalda hasta mis nalgas. Siento el tacto de las manazas de Gunilda agarrando y acariciando mi cintura ya desnuda de arriba a abajo con gran deseo y avidez, piel con piel.
Lentamente, entre la sensualidad con la que Gunilda ama mi cuerpo y mis movimientos fruto de todas las dulces y ardientes sensaciones que ella en mí provoca, me desprendo totalmente del vestido, quedándome en ropa interior. Es entonces cuando Gunilda hace que me vuelva de nuevo ante ella y acerca bien mi cuerpo al suyo, tomándome de la cintura y las caderas con fuerza y avidez. Amo sentir la dulce aspereza de sus manazas recorriendo mi delgada y menuda figura. Me mira fijamente, tremendamente ruborizada y con las pupilas dilatadas.
–Eres hermosa. Muy y muy hermosa y sensual. Estás muy buena. ¡Me haces lesbiana, tremendamente lesbiana, de verdad te lo digo! –me dice, más ruborizada que nunca y casi perdiendo el aliento entre tanta pasión y fogosidad.
Acto seguido, me agacho un poco para alcanzar sus labios estando yo de pie y ella sentada, acercamos rápidamente nuestras cabezas y nos besamos con suma pasión. Sus manazas acarician mis pechos y mis endurecidos pezones por encima del sujetador, bajando de mis pechos a mi cintura, de mi cintura a mis caderas y de mis caderas a mis nalgas con gran avidez, por encima y por debajo de mis braguitas. Mmmmmmm
Me lanzo de nuevo sentándome en su falda, me suelta el cabello quitándome la coleta y acto seguido, nos empezamos a morrear salvajemente mientras juntamos más y más nuestros cuerpos, pegándonos como imanes. Sus grandes y preciosas tetas por debajo de su ancha camiseta negra de manga corta, bien pegadas a las mías por debajo de mi sujetador granate, ambas con los pezones como diamantes. Beso a beso, más hambrienta estoy de ella.
Transcurridos unos largos y ardientes minutos, ella me toma bien de la cintura, haciendo que cambiemos de postura. Ella misma me tumba en el enorme sofá y seguidamente se agacha encima de mí, imponiendo sus grandes brazos alrededor de mis hombros, mi cuello y mi cabeza y sus poderosas piernas y sus grandes y preciosos pies con las chanclas negras de cuero y plataforma alrededor de mi cintura y mis caderas.
Sus finos y ardientes labios empiezan a morrearme y a descender lentamente hacia mi cuello, besándolo, lamiéndolo y mordisqueándolo. Estoy que me retuerzo de placer. Su cabeza continua bajando por mis endurecidos pechos y pezones, que empieza a besármelos por encima y por debajo de mi ropa interior. Acto seguido, me quita lentamente el sujetador, haciéndome subir bien los brazos estirándolos bien para desprenderme por completo de los tirantes. Ya con mis pechos desnudos y mis brazos todavía bien estirados, Gunilda me toma fuertemente de mis delicadas muñecas con una de sus manazas dejándome sus dedazos marcados y me besa apasionadamente como si no hubiera un mañana.
Su cabeza, así como su boca y su ardiente lengua a base de besos, lamidas y succiones con discretos mordiscos, baja de nuevo por mi cuello y mis pechos y pezones, demasiado endurecidos ya. Estoy ya que exploto del cariño y amor que le está dando a mi cuerpo. Después baja por mi esbelto abdomen y mi vientre. Los ondulados mechones de su despeinada y hermosa cabellera castaña se posan por todo mi cuerpo de cintura para arriba. Mi cuerpo es la vegetación, su cabello los ríos que la hacen fértil, así como todo lo que ella en mí provoca.
Después de unos minutos, me toma con fuerza de la cintura, las caderas y las nalgas, se levanta del sofá conmigo en brazos y me pone con gran pasión encima de la mesa del salón, tumbándome encima. Podemos sentir nuestras aceleradas y entrecortadas respiraciones y nuestros fuertes y rápidos latidos sincronizados. Estamos ambas ardiendo de amor, pasión, deseo y placer. Acto seguido, me baja las braguitas con pasión y avidez, me abre bien las piernas, me las pone alrededor de su cuello, de sus anchos hombros y de su grande espalda, agacha un poco la cabeza y su boca y su grande y ardiente lengua empiezan a recorrer mi rosa del amor como si no existiera un mañana.
Empieza con un suave recorrido por los labios, acercándose lentamente a mi tenso, ardiente y empapado clítoris, hasta succionarlo por completo. Simultáneamente, en varios momentos, hunde bien su lengua en mi dilatada vagina. Mientras tanto, estimulo mis pechos y pezones, húmedos de su ardiente saliva. Me muerdo los labios y gimo como si no hubiera un mañana. Transcurridos unos veinte minutos, un intenso y ardiente orgasmo se apodera de mi cuerpo entero y dejo ir un fuerte gemido. Caigo rendida, estirando bien mi cuello, mi cabeza y mi cabello encima de la mesa, ocupándola casi por completo.
Inmediatamente, Gunilda se agacha más, lanzándose apasionadamente encima de mí, tomándome con fuerza de la cintura y de la espalda mientras yo la abrazo por el cuello y le acaricio la espalda. Nos besamos intensamente como si no hubiera un mañana.
Acto seguido, ya estando yo completamente desnuda, me toma de nuevo en brazos y empieza a caminar de nuevo por el salón, dirigiéndose hacia las escaleras, subiéndolas, pisando fuerte el suelo con sus atrevidas chanclas negras de cuero y plataforma, firme, a paso de gladiadora vikinga, espartana, dando honor a su nombre de guerrera. Gunilda. Conduciéndome hasta donde ella desee. Y yo más que encantada.
Ya en la planta superior y conmigo en brazos, se dirige a su cuarto, del que abre la puerta propinando una fuerte patada espartana y acto seguido la cierra de un portazo con su manaza, impulsada por su deseo hacia mí, sus ganas de poseerme y la violenta y ardiente pasión del momento.
Entonces, tomándome en brazos, hace que nos lancemos ambas a su cama, a su enorme cama, tumbándonos de lado, yo delante y ella detrás de mí, decantándome el cabello y besándome con avidez la mejilla y el cuello y amasando bien mis desnudos pechos y mis pezones con sus dos manazas con sus dedazos bien abiertos como paraguas, hasta dejarme marca y todo. Mmmmmmm... Me muerdo los labios.
–Eres tremendamente hermosa y sexy, mi Clío. ¡Te deseo! ¡Te amo! ¡Déjame hacerte mía! –me susurra fogosamente al oído, entre ardientes gemidos y rugidos.
Siento sus colosales tetas y sus pezones como diamantes por debajo de la camiseta negra ancha rozándose con fuerza contra mi espalda y como frota su ya empapada rosa del amor con mis desnudas y pequeñas nalgas. Mmmmmmm... Su excitación por mí todavía me activa más.
Me toma fuertemente de la cintura y del vientre. Con una mano, amasa bien mis pechos y mis pezones, con la otra me acaricia descendiendo lentamente por mi esbelto abdomen y mi vientre hasta llegar a mi empapada rosa del amor. Con dos de sus dedazos acaricia mi clítoris con el mismo amor que su ardiente lengua y lentamente se acercan a mi dilatada y suplicante vagina hasta introducirse por completo. ¡Uf! Es increíble lo satisfecha que me siento y lo que reviento de placer.
Mi boca saliva hasta dejar la almohada medio empapada y gimo como nunca, algo de lo que ella se percata y de inmediato, dejando su otro brazo entre mis pechos acerca a mi boca su respectiva manaza y mete el dedo pulgar y los dedos índice y corazón en mi boca. Me encanta que me haga esto. Seguidamente, le tomo la mano con mis dos manos y empiezo a introducirla lentamente en mi boca, lamiendo sus dedazos con avidez. Instintivamente, empiezo a cabalgar estos dedazos mientras ella me besa el cuello la mejilla y los labios y con el otro brazo y su respectiva mano bien húmeda de mi ardiente saliva en sus dedos acaricia y amasa mis pechos y mis pezones.
Gunilda es de veras toda una amazona, una semental y una alfa dominante. ¿HETERO? ¡JA! No me gusta hablar en términos vulgares, pero ¡y unos cojones como los del caballo de ESPARTERO!
Minuto a minuto, vamos aumentando el ritmo, hasta que mi cuerpo se funde en otro tremendo orgasmo. Caigo rendida ante ella, posando mi cabeza encima de sus enormes pechos. Acto seguido, me toma de la cintura, me vuelve hacia ella. Nos miramos intensamente a los ojos, nos abrazamos con fuerza y nos besamos, nos morreamos. Beso a beso, nos resulta más difícil separar nuestros labios. Ahora me toca a mí.
Cambiamos de posición. Esta vez, me pongo yo detrás de ella, que se libra inmediatamente de su camisa negra ancha, quedándose sin nada más ni nada menos que su sensual conjunto de licra con el sujetador en forma de top y las braguitas en forma de culotte con franjas marrones y negras y las chanclas de cuero y plataforma, que además le combinan también increíblemente. Mi pulso se acelera y mi cuerpo reacciona tremendamente de nuevo. La deseo, la deseo a reventar. Definitivamente, ahora me toca a mí.
Ya detrás de ella, froto bien con su ancha y robusta espalda y sus poderosas nalgas mi cuerpo con mis endurecidos pechos y pezones desnudos y mi empapada rosa del amor por debajo de mis braguitas, la tomo fuertemente de su grande cintura y de su gordita barriga y mis manos suben hasta sus grandes y preciosas tetas y empiezo a amasarlas y a jugar con sus grandes y carnosos pezones por encima y por debajo del sujetador como si no hubiera un mañana.
Mis delicadas manos suben y bajan de su cintura y su barriga a sus preciosas tetas y viceversa, masajeando y amasando bien su cuerpo, acercándose lentamente a su empapada rosa del amor, hasta que, lentamente, una de mis manos empieza a acariciar su ardiente clítoris con delicadeza y a adentrarse bien en su ancha y dilatada vagina pese a mis dedos de pianista estimulando con más rapidez a cada milésima de segundo, mientras que mi otra mano sigue ocupada con el resto de su cuerpo.
Mientras amo su cuerpo, acaricio y olfateo su larga y ondulada cabellera de jaspe con un delicioso aroma a champú y acondicionador de miel y chocolate y beso, succiono y lamo su mejilla, su grande oreja y su ancho cuello. Su acelerada respiración y sus ardientes gemidos son música para mis oídos. Estoy que ardo de excitación y de deseo por ella.
–¡Eres increíblemente hermosa! ¡Estás tremendamente buena! ¡Desde la primera vez que te vi! ¡Desde la primera vez que te vi te deseo a reventar! ¡Estoy enamorada de ti! ¡Te amo, Gunilda! –le digo, entre gemidos. Voy más caliente que una moto reventando el límite de velocidad.
Transcurridos unos minutos, su cuerpo entero se contrae en espasmos hasta fundirse en un tremendo orgasmo. Gunilda gime de una manera increíblemente sensual. Simultáneamente, me fundo también yo en otro tremendo orgasmo con tan solo habiendo frotado mi rosa del amor con su cuerpo y habiendo estado tan y tan excitada.
Ambas tomamos aire y transcurridos unos minutos, ella se sienta al lado de la cama donde ambas estábamos mirando, cambiando de postura para tomar más aire. Entonces yo me siento encima de la cama detrás de ella, rodeando sus caderas con mis muslos y mis mis piernas y de nuevo frotando bien mis pechos y pezones con su ancha espalda, tomándola con fuerza de la cintura y continuo olfateando el dulce aroma de su cabello y besándole el cuello y las mejillas.
Transcurridos unos minutos, me vuelvo ante ella y me encuentro de nuevo sentada en su falda con mis piernas bien estiradas en la cama y ella acariciando mi fina cintura y tomándome de mis pequeñas nalgas por encima y por debajo de mis braguitas con sus manazas abiertas como paraguas, con fuerza y pasión dejándome las manos y las uñas marcadas y todo. Sintiendo el contacto con sus manazas, de manera instintiva, muevo mis caderas y mis nalgas muy sensualmente. Nos besamos de nuevo con gran avidez. Entre más nos comemos y hacemos el amor, más difícil nos resulta despegar nuestros labios, separar nuestros cuerpos y detenernos. La llama del deseo y la pasión está demasiado encendida entre nosotras.
En un momento dado, me pongo de pie ante ella, que continúa sentada y rodea bien mi cuerpo presionando sus poderosos muslos contra mis caderas. Nos abrazamos, yo por el cuello, los hombros y la espalda, ella por la cintura acariciándola bien y seguidamente mi cintura y mis nalgas. Tal y como hemos empezado a hacer el amor.
Mientras me amasa ávidamente las nalgas, pone su cabeza entre mis pechos desnudos y me los besa y lame de nuevo. Simultáneamente, le beso y le lamo las mejillas, los oídos y el cuello.
Transcurridos unos largos y ardientes segundos, empiezo a agachar mi cuerpo muy lentamente mientras mi boca baja por su cuello y sus hombros, más y más, hasta llegar a sus grandes y preciosas tetas, que se las beso con gran frenesí, por encima y por debajo del top, hasta que, ansiosa de más y más cariño que les estoy dando, se baja el top con gran pasión, dejando sus pechos totalmente desnudos ante mi hipnotizada y fogosa mirada. Mientras mi boca lleva a cabo ese sensual recorrido por su piel, ella levanta bien la cabeza, dejando caer bien su melenaza ondulada alrededor de sus pechos, mordiéndose los labios y gimiendo muy sensualmente. ¡Estoy que ardo, que exploto!
Sin pensarlo ni un segundo, la abrazo muy fuerte por la espalda, abalanzo mi cabeza entre sus tetas y succiono y lamo cada milímetro de su blanca y dulce piel. Siento perder el aliento entre tantísima abundancia y voluptuosidad. Poco a poco, mi boca se acerca más y más a sus tiernas, rosadas y estremecidas areolas y a sus carnosos y endurecidos pezones, que se los succiono con gran avidez, hasta el punto de tener que pararme a tomar aire varias veces. Escucho sus ardientes gemidos más y más.
Seguidamente, mi cabeza y mi boca descienden por los michelines de su gordita y fuerte barriga. Y bajando bajando, llego donde deseo llegar y donde siento su dulce y caliente aroma a mujer, llorando, deshaciéndose en súplicas por mi insaciable cariño. Aunque no sin antes descender todavía más y más. Beso y succiono cada poro de la blanca piel de sus poderosos muslos. Mientras tanto, siento una de sus manazas acariciando mi cabello, mi oído, mi mejilla y mi cuello.
Lentamente, mi boca desciende más y más por sus piernas, hasta llegar a una de las partes de su cuerpo adonde más deseo llegar: a sus pies. Gunilda tiene unos pies bien grandes y preciosos y con estas chanclas negras de cuero y plataforma que lleva se ve tremendamente sexy. Sin contemplaciones empiezo a olfatear y a besar sus pies y las chanclas. En un momento dado, empiezo a succionar y a lamer con avidez. El cuero y la plataforma de las chanclas, sus pies enteros de los dedos al talón y del talón a los dedos, lamiendo y relamiendo, sin dejar títere con cabeza. Tengo un tremendo fetiche con los pies con calzados de cuero, plataforma y tacón. Estoy demasiado excitada y el morbo puede más que cualquier cosa.
Transcurridos unos escasos e intensos minutos, subo de nuevo mi cabeza y mis manos se posan en sus braguitas de culotte, deseando bajárselas. De inmediato, se levanta de la cama y nos quedamos ella de pie y yo agachada ante ella.
Le bajo lentamente las grandes bragas culotte que lleva, haciendo que caigan a sus pies. Entonces huelo, lamo y relamo de nuevo sus braguitas más que empapadas del dulce néctar de su amor por mí, sus chanclas y sus preciosos pies, algo que me excita en sobremanera.
Minutos después, subo mi cabeza hasta su rosa del amor. Totalmente hermosa, sin ningún rastro de vello. Entonces, la abrazo fuertemente de las caderas, mis manos se posan en sus colosales nalgas amasándolas sin fin y mis carnosos labios y mi lengua empiezan a recorrer lentamente su ardiente clítoris, empapado e inflamado de amor por mí.
Gunilda tiene un clítoris bien grande y precioso. Lo beso, lo succiono, lo lamo. Absorbo cada gota de su dulce néctar. Mueve las caderas y los muslos muy sensualmente. Por momentos, mi lengua sube por su ancha y ardiente vagina. Sus gemidos son una dulce melodía de fondo en este sublime instante. Segundo a segundo, acelero lentamente el ritmo mientras ella lo goza como nunca y minutos después, el cuerpo de Gunilda se acaba fundiendo en un tremendo orgasmo, cayendo rendida abrazada a mí y terminando ambas encima de la cama empapadas en sudor.
Nos decidimos a tomar aire y a ducharnos. Ambas nos metemos bajo el chorro de agua tibia, rociamos bien de gel nuestros cuerpos y nos lavamos. Mientras nos aclaramos el gel, estando ella detrás y yo delante, me abraza fuertemente de la cintura, me besa el cuello y los labios y me amasa de nuevo los pechos con gran pasión. Ambas nos percatamos de las ganas que tenemos de más. La llama de la pasión y el deseo está demasiado viva entre nosotras. Sus manos bajan lentamente hasta llegar a mi rosa del amor, de nuevo estimulando mi clítoris y hundiendo bien dos de sus dedazos rocíados de gel íntimo en lo más profundo de mi vagina. Estoy que miro las estrellas de nuevo. Gimo muy ardientemente y ella me mete los mismos dos dedos de la otra mano en mi boca. Mmmmmmm...
Ya bien lavadas, salimos de la ducha y nos secamos. Mientras tanto, no dejamos de besarnos y acariciarnos. Nos vestimos. Yo me pongo de nuevo mi fino conjunto de ropa interior granate y ella otro conjunto sencillo de top y culotte de licra negros, muy combinado con las chanclas. Acto seguido, se pone las gafas y me mira con deseo, pícara y cariñosa. Está tremendamente sexy e imponente, como una gladiadora. Nos miramos con deseo. Entonces se pone detrás de mí y me abraza por la cintura mientras me dice susurrándome al oido:
–Mira lo que te voy a enseñar, cariño mío... Es una sorpresa. Cuando te diga, gírate hacia mí. ¿Sí?
–Claro que sí, amor –le digo, intrigada.
–Aunque... Si quieres, adelante. Si no, rotundamente no. Para nada quisiera hacerte sentir mal ni incómoda.
–De acuerdo –le digo, algo nerviosa.
–Sobre todo, tranquila. No pasa nada –me besa.
Se dirige a otra parte de la casa, concretamente en la planta baja. La verdad es que me tiene muy intrigada. ¿Qué será?
Escucho de nuevo sus firmes y decididos pasos de gladiadora espartana subiendo las escaleras, sus pies con las chanclas negras de cuero y plataforma que he besado, lamido y relamido y me he quedado hasta con ganas de más. A cada paso suyo más cercano, mis latidos se aceleran más y más. Ya llega de nuevo a su cuarto.
–Ya puedes girarte, cariño.
Me volteo. Alucinada me quedo. Lleva un aparato de estos en forma de arnés bien fijo a su grande cintura. Y bastante grande, por cierto.
–¡Guau!! –exclamo boquiabierta, sin saber bien qué decir. ¿Cómo habrá conseguido algo así?
–¿Sí? –me pregunta, con una tierna y pícara sonrisa, con las mejillas sonrojadas y las pupilas dilatadas.
–¡Claro que sí! –le respondo. Estoy que me muero de ganas de esto con una mujer como ella.
–¿Segura? –me pregunta seriamente.
–¡Segurísima!
Entonces, ella se sienta en la cama, me toma bien de la cintura, me da dos palmadas bien fuertes en cada nalga mirándome fogosamente, por lo que doy dos pequeños gritos, me baja lentamente las braguitas y me siento en su falda, de manera que alcance el aparato, que sintiéndolo ya en lo más profundo de mi ser, empiezo a cabalgarla.
Empezamos despacio, con cuidado y muy poco a poco vamos acelerando el ritmo. Lo hacemos en todas las posturas posibles y por todas las estancias de la casa. Ella sentada o agachada y yo en su falda, ella tumbada y yo agachada encima, yo tumbada y ella agachada mientras rodeo sus hombros con mis piernas, ambas tumbadas de lado, ella de pie tomándome en brazos, ella detrás y yo delante estando ambas de pie, en la cama, en la pica del baño, en la escalera y en su respectiva barandilla, en el suelo, en una silla, en el sofá, contra la pared, en la mesa del comedor, en la encimera de la cocina...
Hacemos una vuelta por toda la casa, repitiendo lugares, posturas y todo. No dejamos de besarnos mientras hacemos el amor de esta manera y gimo como nunca antes con sus apasionados embestidas, cada vez más fuertes, rápidas e intensas aunque yendo siempre con cuidado. Me encanta como sus manazas agarran con fuerza, acarician y amasan mi cuerpo entero mientras hacemos el amor sin tregua. No deja de susurrarme al oído entre ardientes gemidos y rugidos lo hermosa y sexy que soy, lo buena que estoy, lo mucho que la excito y lo lesbiana que la hago sentir. Ambas tenemos varios orgasmos y los sentimos apoderándose de nuestros cuerpos con demasiada intensidad. Es increíble lo satisfecha que me hace sentir y como me hace el amor, como me hace suya, al mismo nivel que podría hacerlo un hombre o, quien sabe, mejor todavía.
¿Gunilda HETERO? ¿Cómo que HETERO? Repito: ¡Y unos cojones como los del caballo de ESPARTERO! Sí, sí, muy hetero y tal pero menuda gladiadora alfa escondía. Más lesbiana que las lesbianas. Por ser su primera vez haciendo el amor de esta manera, es tremendo como me lo hace. Es como que no necesita haber tenido ninguna práctica ni experiencia, lo hace de manera instintiva.
Terminado el tórrido recorrido por toda su casa, nos encontramos de nuevo en su cuarto, en su cama, en la misma postura que hemos empezado, ella sentada y yo en su falda. Tengo mi último orgasmo cabalgándola y gimo más fuerte que nunca. Caigo rendida abrazada a ella y ambas nos tumbamos en la cama para tomar aire. No dejamos de besarnos. Me siento como si me hubieran partido por la mitad. Pero con mucho gusto.
Transcurridos unos minutos, se quita el aparato y nos abrazamos con fuerza, juntando más y más nuestros cuerpos. En un momento dado, se quita las bragas culotte y me lanza una ardiente mirada cómplice que yo, que hace ya un buen rato que tengo mis braguitas en el suelo, capto al momento. Ambas nos movemos de una manera que terminamos sentadas en la cama fuertemente abrazadas. Abrimos y cruzamos bien nuestras piernas, acercando más y más nuestras empapadas y desnudas intimidades, hasta estar completamente pegadas.
Es entonces cuando nos movemos con gran sensualidad, fuertemente abrazadas, acariciándonos el cabello, las mejillas y el cuello, besándonos sin casi respirar, con mi cabeza bien acomodada entre las tiernas almohadas de sus enormes tetas, que se las beso y se las succiono sin parar por encima y por debajo del top. Empezamos lentamente y nos movemos cada vez con mayor ímpetu, hasta que ambas nos deshacemos en un tremendo orgasmo al mismo tiempo, dejando las sábanas bien húmedas de nuestra pasión, deseo y amor.
Caemos rendidas, realmente exhaustas. Por ser mi primera vez en toda mi vida, ha sido demasiado intensa. Estamos tumbadas de lado, mirándonos a los ojos, acariciándonos el cabello y besándonos.
–Mi Clío. Mi hermosa Clío. Yo... Yo realmente siento cosas por ti. Yo te deseo, te quiero, te amo. Yo quiero estar contigo y te lo quiero demostrar día a día. Nunca antes había sentido por una mujer lo que por ti siento y todo lo que deseo es que confíes en mí, porque jamás se me pasaría por la cabeza jugar con tus sentimientos ni hacerte daño. Eres la persona más bella que he conocido en todos los sentidos, te mereces lo mejor de este mundo y de esta vida y yo estoy dispuesta a dártelo, a desvivirme por ello si hace falta. Estoy dispuesta a hacerte sentir amada de verdad.
–Gunilda, amor mío. Llevo tiempo realmente enamorada de ti. A tu lado me siento diferente. Más sensible, más humana, más persona, más yo. Llegaste mi vida en el momento oportuno, cuando más lo necesitaba, cuando las circunstancias me ahogaban. Has estado a mi lado y me has cuidado en todo momento. Eres mi ángel de la guarda. Me has devuelto las ganas de vivir, de sonreír, de enamorarme sanamente y de verdad. Y esto... Esto no tiene ningún precio. Durante estas tres semanas sin vernos, he descubierto que mi vida no es la misma sin tu sonrisa, sin tu mirada de ojos cafés, sin tu cabellera castaña, sin tu dulce voz, sin tu aroma, sin el contacto de tus manos con las mías, sin tus abrazos, sin tus besos, sin tu cuerpo junto al mío, sin tu hermosura, sin tu sensualidad. Tu presencia, tu cercanía... Son como el mismo aire que respiro. Yo... Te deseo a reventar desde el primer momento que te vi, Gunilda. Eres la más hermosa, exterior e interiormente. Te amo con todas mis fuerzas.
Continuamos besándonos abrazadas.
–Conozco un precioso restaurante allí en el casco antiguo con unas magníficas vistas al mar y al anfiteatro. ¿Vamos a cenar? Yo te invito –me susurra muy tiernamente al oido.
–Perfecto, vamos. Aunque pienso que es mejor pagar mitad y mitad.
Me mira tiernamente regalándome su hermosa sonrisa.
–Descuida, amor. Invito yo –me susurra con gran ternura. Me besa la frente.
Ay, que enamorada estoy de ella. De veras.
Así pues, nos vestimos. Yo con mi vestido granate, mis sandalias negras de plataforma y mi chupa negra de cuero y ella unos pantalones tejanos, una blusa abotonada color turquesa y sus seductoras botas marrones de plataforma y tacón junto con la chupa marrón de cuero. Salimos de su casa, subimos a su coche, ella abriéndome la puerta y por momentos, mientras conduce, poniendo su manaza en mi muslo y yo la mía encima de la suya. Caminamos por la calle tomadas de la mano y cuando me sobresalto con el sonido de algún petardo, sé que ella está conmigo para abrazarme.
La verdad es que me encantan estos gestos de hacerme sentir segura, única. Y todavía más si vienen de una mujer.
Así pues, nos dirigimos al restaurante. Tal y como me ha dicho, es un lugar sencillo y precioso. La cena transcurre de fábula. Así es como tenemos lo que diríamos nuestra primera cita romántica.
Con el transcurso de los días, hablamos y nos vemos con mucha frecuencia, mis viajes a su ciudad se tornan más habituales y aprovechamos bien cada instante juntas. Está más que claro que nuestro vínculo especial ha dado paso a algo romántico, un sentimiento verdadero, de los que pocos quedan ya.
FIN
Gunilda, mi médico «hetero» (lésbico), 2a parte, final
Sección para contar relatos eróticos o sexuales.
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